Por Cristian Aliaga
El nombre de nuestra vinoteca homenajea al célebre explorador George Chaworth Musters, quien nos legó una de las obras más extraordinarias que se han escrito acerca de la Patagonia: Vida entre los patagones. Un año de excursiones desde el estrecho de Magallanes hasta el río Negro (1869-1870) ➤. El lago del que depende la provisión de agua para miles de habitantes de Comodoro Rivadavia y Caleta Oliva –que sufre actualmente un acentuado deterioro ambiental y la creciente desertificación en cercanías de Sarmiento– y un pueblito de Río Negro ➤ también llevan su nombre.
Musters fue marino, explorador y brillante escritor. Había nacido en Nápoles en 1841 y murió en Londres en 1879 con solamente 38 años de edad. Quedó huérfano de padre en 1842 y de madre en 1844. Su abuela Mary fue la musa del legendario Lord Byron en el poema The Dream ➤.
A los 13 años ingresó como tripulante del buque Algiers, donde obtuvo la medalla de Crimea durante el conflicto bélico con Rusia. Mientras navegaba en el Stromboli, plantó una bandera británica en el cerro Pan de Azúcar de Río de Janeiro. El viaje que lo inscribió en la historia resultó extraordinario por el momento crucial en que lo realizó, pero también por la sutileza con que describió la vida en los “confines del mundo” y la perspicacia no exenta de humanismo con que describió a quienes habitaban la región.
Musters estaba en las Islas Malvinas cuando resolvió realizar su célebre travesía por la Patagonia. Respaldado por Piedrabuena, logró obtener el permiso de los caciques, que preferían lógicamente no revelar sus recorridos a extranjeros. En la Isla Pavón aprendió las destrezas para sobrevivir en los toldos, que le permitirían ser aceptado y convivir “disfrazado de tehuelche” con los aoni-kenk.
“Los tehuelches (aoni-kenk) no merecen los epítetos de ‘salvajes feroces’, ‘salteadores del desierto’, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter, impulsivos; que cobran grandes simpatías o antipatías, que llegan a ser seguros amigos o no menos seguros enemigos”, describió.
Lejos de las miradas racistas y de los prejuicios de quienes enarbolaron la “civilización de Máuser”, Musters apuntó que “como es natural, recelan de los extranjeros, sobre todo de los de origen español, o, como los llaman ellos, de los cristianos” y dejó un juicio claro: “No hay que maravillarse de esto si se considera el trato, la crueldad traicionera y la explotación pícara de que esos indígenas han sido objeto por parte de los conquistadores y de los colonos alternativamente”.
A su regreso a Inglaterra, Musters leyó su primera comunicación sobre la travesía ante la Royal Geographical Society en 1870. En 1871 se publicó la primera edición de Vida entre los patagones. Tras sus experiencias australes, solía dormir en su jardín pese a las bajas temperaturas. Viajó a la isla de Vancouver y a la costa del Pacífico en América del Norte, donde tuvo contacto con los pueblos originarios de la Columbia británica.
La mirada gourmet y desprejuiciada
Al mismo tiempo erudito y baqueano, estaba abierto a la convivencia con otras culturas sin colocarse en una postura de superioridad. Se describe a sí mismo comiendo hígado de yegua crudo ante la mirada algo irónica y desafiante de sus protectores. “Los bofes, el corazón, el hígado, la pella (cierta grasa) y el caracú se comen a veces crudos. Los tehuelches sacan también la grasa que hay sobre los ojos y la gordura cartilaginosa de la coyuntura de los muslos, y la comen con gran fruición; así como el corazón y la sangre del avestruz”, escribe. “A causa de la falta absoluta de alimentos farináceos, la gordura resulta un artículo necesario y se la puede consumir en mucha mayor cantidad que en los países civilizados”, afirma.
Los antiguos aonik’enk o tehuelches del sur preferían la carne de choique a la de guanaco, aunque también cazaban al camélido americano cuando permanecían prolongadamente en determinado sitio. A Musters le pareció “excelente” la carne del guanaco, que había probado antes durante el año y medio que duró su viaje desde Santa Cruz a Carmen de Patagones, con escala en los antiguos dominios de Valentín Sayhueque (actualmente Neuquén). Musters convivió con gente de dos de los más importantes caciques tehuelches –Casimiro Biguá y Orkeke– a lo largo del invierno de 1869, y documentó varias de las viejas costumbres gastronómicas de los tehuelches. También llegó a conocer a Foyel.
“No se mata mucho guanaco, a menos que haya el propósito de permanecer largamente en un lugar, o que el indio se sienta inclinado a derramar sangre, o que escaseen los avestruces, comida preferida siempre”.
En su libro nos dejó incluso formas de preparación de la carne: “Por lo general, en términos españoles, se chasquean las ancas, esto es, se corta la carne en tajadas finas y después de echarle un poco de sal, se seca al sol. Cuando está bien seca, se asa al rescoldo apretada entre dos piedras y es mezclada con grasa de avestruz o de otra clase. Esta preparación, como el pemmicam, es muy conveniente para el que hace un largo viaje, porque ocupa poco lugar y un simple puñado satisface el apetito”. El pemmicam -una receta de los indígenas de América del Norte– incluía carne seca y salada, grasa y frutos silvestres; con todos los ingredientes triturados. La distribución de la comida obtenida en las cacerías lógicamente no estaba escrita, pero sí firmemente establecida. “La ley india de repartición de la caza evita toda disputa: el hombre que bolea el avestruz deja que el otro que ha estado cazando con él se lleve la presa o se haga cargo de ella, y al terminar la cacería se hace el reparto. Las plumas, el cuerpo desde la cabeza hasta el esternón y una pierna, pertenecen al que lo cazó, y el resto a su ayudante”, anotó Musters. “Cuando se trata de guanacos, el primero toma la mejor mitad de la misma manera”, agregó.
Después de la Patagonia
Su espíritu aventurero lo llevó a Canadá y a Chile en 1873. Se propuso una segunda travesía desde Valdivia a Buenos Aires, pero mató en una pelea a algunos mapuches y fue capturado. Existen distintas versiones sobre su fuga; una de ellas indica que provocó la ebriedad de sus captores para escapar. Viajó a Bolivia junto a su esposa de esa nacionalidad y fracasó en la explotación de minerales. En 1876 lo designaron cónsul en la colonia portuguesa de Mozambique.